Hemos leído a los maestros de todos los tiempos contar que la verdad está dentro de nosotros mismos, que nada existe fuera, sino dentro; incluso el Reino del que Jesús habló a sus discípulos -cuya búsqueda se ha convertido en doctrina universal- es un estado interno. Y es a ese estado interno al que los hombres de todas las culturas y religiones han intentado llegar a través de diferentes técnicas mentales: meditación, ayuno, trance hipnótico, respiración holotrópica; y estimuladores externos como alucinógenos, psicofármacos, música chamánica, etc.
Estos viajeros de la conciencia han regresado con el curioso mensaje que la realidad que nosotros tomamos como cierta no es más que un mundo dentro de mundos consecutivos, los cuales –y en palabras del chamán mexicano don Juan Matus– están ordenados como las capas de una cebolla. Si realmente, como describía el antropólogo Carlos Castaneda, hemos sido condicionados para percibir únicamente nuestro mundo y efectivamente tenemos capacidad de entrar en otros mundos tan reales, únicos y absolutos como el nuestro, podemos encontrar respuesta a una de las muchas incógnitas recogidas en la Biblia: “oiréis y no entenderéis, veréis y no conoceréis” (San Mateo 13,17).